Llevábamos años viendo cómo el diseño digital se volvía cada vez más aséptico. Interfaz tras interfaz buscando ser invisible, minimalista, predecible. Todo limpio, todo funcional… y cada vez más plano. Perfecto para no molestar, pero incapaz de provocar algo más allá del gesto automático. Por eso me ha sorprendido lo que está haciendo Google con Material 3 Expressive.
Mi primera reacción, la del diseñador cínico que llevo dentro, fue pensar: «Genial, otra palabreja de marketing para justificar un rediseño». Pero al reflexionar un poco más, creo que voy entendiendo su intención. No es por lo rompedor que pueda ser en lo visual, sino por la declaración de intenciones que supone: recuperar cierta sensibilidad en la interfaz, dar permiso a que las cosas tengan presencia, incluso personalidad.
Hay algo valiente en esa propuesta. No en el uso del color o las formas por sí mismas, sino en la decisión de abrir el diseño a otros registros. Ya no se trata solo de organizar la información y optimizar el recorrido. También importa cómo se siente todo eso mientras lo usas. No es que lo decorativo haya vuelto. Es que se empieza a aceptar que una interfaz puede ser algo más que silenciosa y correcta. Que también puede tener un pulso, un ritmo, una atmósfera.
Según los propios datos de Google, los jóvenes están encantados con Material 3 Expressive y lo califican alto en «atractivo visual» e «intención de uso», mientras que los mayores se muestran más reacios. Puede que mi reacción inicial de escepticismo diga más de mi edad que de la propuesta en sí.

El debate que está generando en el gremio es revelador. Desarrolladores quejándose de que el sitio oficial consume más CPU que un videojuego AAA, diseñadores llamándolo «Logo de Pepsi» por sobreteoricizado, críticas al «botón gigante» que ayuda a usuarios nuevos pero molesta a los experimentados. En Hacker News hay quien dice que «no quiero que sitios web y aplicaciones conecten conmigo a nivel emocional», mientras otros celebran que por fin se atreven a romper con la rigidez del Material anterior. Hay voces que alertan de que esto va a convertir Android en «un juguete de Fisher-Price», y también quien ve en esto una evolución natural tras años de interfaces demasiado planas y sin personalidad.
La verdad es que yo mismo estoy dividido. Por un lado me reconforta ver que alguien tan grande se atreve a explorar otras formas de conectar. Hay algo liberador en esa declaración de que las interfaces pueden tener personalidad, en romper con ese freno de mano perpetuo que nos tiene siempre autocensurándonos por miedo a «hacer demasiado». Por otro lado, una parte de mí ya se ve en esa reunión explicándole al cliente por qué el botón ahora es rosa chicle y se mueve como gelatina, mientras intento justificar que «genera 32% más percepción de subcultura» sin saber muy bien qué significa eso en el día a día.
Celebro que se abra esa posibilidad, aunque sea con escepticismo. No sé si este lenguaje acabará asentándose, ni si lo sabremos usar con criterio. Parte de mí sospecha que acabaremos viendo aplicaciones sobrecargadas de «expresividad» sin alma real. Pero igual mi escepticismo es solo el de un viejo diseñador que se resiste al cambio, y esto está más estudiado y meditado de lo que parece. Ojalá no sea solo una moda visual, sino una invitación a redescubrir lo que puede ser una experiencia digital cuando, por fin, la dejamos que respire un poco.